jueves, 11 de diciembre de 2008

Dos fragmentos

Las naturalezas de tu tipo, los que tienen sentidos fuertes y finos, los iluminados, los soñadores, poetas, amantes, son, casi siempre, superiores a nosotros, los hombres de cabeza. Vuestra raíz es maternal. Vivís de modo pleno, poseéis la fuerza del amor y de la intuición. Nosotros, los hombres de intelecto, aunque a menudo parecemos conduciros y regiros, no vivimos plenamente sino de modo seco y descarnado. Es vuestra la plenitud de la vida, el jugo de los frutos, el jardín del amor, la maravillosa región del arte. Vuestra patria es la tierra y la nuestra la idea. El peligro que os acecha es el de ahogaros en el mundo sensual; a nosotros nos amenaza el de asfixiarnos en un recinto sin aire. Tú eres artista y yo pensador. Tú duermes en el regazo de la madre y yo velo en el desierto. Para mí brilla el sol y para ti la luna y las estrellas...
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Y ante él se extendían campos y praderas, y secos barbechos y el bosque oscuro, y más allá tal vez alquerías y molinos, un pueblo, una ciudad. Por vez primera, el mundo se abría a sus ojos, esperándole, pronto a acogerlo, a depararle alegrías y tristezas. No era ya un escolar que viera el mundo desde una ventana; su caminar no era ya un paseo cuyo ineludible término fuese el regreso. Ese inmenso mundo se había tornado ahora real, de él formaba parte, en él descansaba su destino, su cielo y su atmósfera eran los propios. Era un pequeño ser en medio de ese inmenso mundo, pequeño como una liebre, como un escarabajo, corría por su infinitud azul y verde. En él no sonaba campana alguna llamando a levantarse del lecho, al oficio en la iglesia, a clase al almuerzo.

Narciso y Goldmundo
Herman Hesse

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