lunes, 30 de noviembre de 2009

Los retratos apócrifos

Envejecer también es cruzar un mar de humillaciones cada día; es mirar a la víctima de lejos, con una perspectiva que en lugar de disminuir los detalles los agranda. Envejecer es no poder olvidar lo que se olvida. Envejecer transforma a una víctima en victimario. Siempre pensé que las edades son todas crueles, y que se compensan o tendrían que compensarse las unas con las otras. ¿De qué me sirvió pensar de este modo? Espero una revelación. ¿Por qué será que un árbol embellece envejeciendo? Y un hombre espera redimirse sólo con los despojos de la juventud. Nunca pensé que envejecer fuera el más arduo de los ejercicios, una suerte de acrobacia que es un peligro para el corazón. Todo disfraz repugna al que lo lleva. La vejez es un disfraz con aditamentos inútiles. Si los viejos parecen disfrazados, los niños también. Esas edades carecen de naturalidad. Nadie acepta ser viejo porque nadie sabe serlo, como un árbol o como una piedra preciosa. Soñaba con ser vieja para tener tiempo para muchas cosas. No quería ser joven, porque perdía el tiempo en amar solamente. Ahora pierdo más tiempo que nunca en amar, porque todo lo que hago lo hago doblemente. El tiempo transcurrido nos arrincona; nos parece que lo que quedó atrás tiene más realidad para reducir el presente a un interesante precipicio.

Silvina Ocampo

Anillo de humo

Sabías a qué hora Gabriel pasaba, galopando en su caballo oscuro, para ir al almacén o al mercado, y lo esperaba con el vestido que más te gustaba y con el pelo atado con la más bonita de las cintas. Te reclinabas sobre el alambrado en posturas románticas y lo llamabas con tus ojos. Bajaba del caballo, saltaba el zanjón para acercarse a Eulalia y a Magdalena, tus amigas, que no lo miraban. ¿Qué prestigio podía tener para ellas su pobreza?. El traje de mecánico de Gabriel las obligaba a pensar en otros varones vestidos.

Silvina Ocampo

La mujer y su expresión

Creo que, desde hace siglos, toda conversación entre el hombre y la mujer. empieza por un "no me interrumpas" de parte del hombre. Hasta ahora el monólogo parece haber sido la manera predilecta de expresión adoptada por él. Durante siglos, habiéndose dado cuenta cabal de que la razón del más fuerte es siempre la mejor (por más que no debiera serlo), la mujer se ha resignado a repetir, por lo común, migajas del monólogo masculino disimulando a veces entre ellas algo de su cosecha. Pero a pesar de sus cualidades de perro fiel que busca refugio a los pies del amo que la castiga, ha acabado por encontrar cansadora e inútil la faena. Luchando contra esas cualidades que el hombre ha interpretado a menudo como signos de una naturaleza inferior a la suya, o que ha respetado porque ayudaban a hacer de la mujer una estatua que se coloca en un nicho para que se quede ahí "sage comme une image"; luchando, digo, contra esa inclinación que la lleva a ofrecerse en holocausto, se ha atrevido a decirse con firmeza desconocida hasta ahora: "El monólogo del hombre no me alivia ni de mis sufrimientos, ni de mis pensamientos. ¿Por qué he de resignarme a repetirlo? Tengo otra cosa que expresar. Otros sentimientos, otros dolores han destrozado mi vida, otras alegrías la han iluminado desde hace siglos.

Victoria Ocampo

domingo, 29 de noviembre de 2009

La ensalada del Coronel Cray

El Padre Brown tenía dos facetas en su personalidad. Por un lado era un hombre de acción, tan modesto como una violeta y tan puntual como un reloj, que ejecutaba sus pequeñas obligaciones y nunca se le habría ocurrido alterar su rutina. Por otro lado era un hombre reflexivo, mucho más sencillo, pero mucho más fuerte, al que no era fácil detener. Su pensamiento era siempre (en el sentido inteligente de la palabra) libre pensamiento. No podía evitar, ni siquiera inconscientemente, hacerse todas las preguntas que hubiera que hacer y contestar cuántas fuera posible. Todo eso se producía automáticamente en él, como la respiración o la circulación de la sangre.

Gilbert K. Chesterton

Poemas de amor

Hace ya mucho tiempo que contemplé esa mirada
Que me traía felicidad o tristeza;
Y yo me he esforzado, pero en vano,
No debo pensarlo ya nunca más.
(...)
Y cruzaré la blanca espuma y buscaré
Un hogar extranjero; hasta que olvide
Un falso y hermoso rostro
Nunca encontraré un lugar donde descansar;
No puedo eludir mis propios pensamientos,
Pero siempre amo, y amo sólo a una.

Lord Byron

Estancias a un aire indostánico

¡Oh tú, mi triste y solitaria almohada!,
Tráeme dulces sueños para preservar mi corazón del quebranto,
A cambio de las lágrimas que sobre tí derramé despierto;
No me dejes morir hasta que vuelva sobre esas olas.

Lord Byron