domingo, 30 de noviembre de 2008

RAYUELA

(...)puede ser que haya un reino milenario, pero si alguna vez llegamos a el, si somos el, ya no se llamara así. Hasta no quitarle al tiempo su látigo de historia, hasta no acabar con la hinchazón de tantos hasta, seguiremos tomando la belleza por un fin, la paz por un desideratum, siempre de este lado de la puerta donde en realidad no siempre se esta mal, donde mucha gente encuentra una vida satisfactoria, perfumes agradables, buenos sueldos, literatura de alta calidad, sonido estereofónico, y por qué entonces inquietarse si probablemente el mundo es finito, la historia se acerca al punto optimo, la raza humana sale de la edad media pare ingresar en la era cibernética. Tout va tres bien, madame la Marquise, tout va tres bien, tout va tres bien.

Por lo demás hay que ser imbécil, hay que ser poeta, hay que estar en la luna de Valencia para perder más de cinco minutos con estas nostalgias perfectamente liquidables a corto plazo. Cada reunión de gerentes internacionales, de hombres-de-ciencia, cada nuevo satélite artificial, hormona o reactor atómico aplastan un poco mas estas falaces esperanzas. El reino será de material plástico, es un hecho. Y no que el mundo haya de convertirse en una pesadilla orwelliana o huxleyana; será mucho peor, será un mundo delicioso, a la medida de sus habitantes, sin ningún mosquito, sin ningún analfabeto, con gallinas de enorme tamaño y probablemente dieciocho patas, exquisitas todas ellas, con cuartos de baño telecomandados, agua de distintos colores según el día de la semana, una delicada atención del servicio nacional de higiene, con televisión en cada cuarto, por ejemplo grandes paisajes tropicales pare los habitantes del Reijavik, vistas de igloos para los de La Habana, compensaciones sutiles que conformaran todas las rebeldías, etcétera...

Es decir un mundo satisfactorio pare gentes razonables.

¿Y quedará en él alguien, uno solo, que no sea razonable?

En algún rincón, un vestigio del reino olvidado. En alguna muerte violenta, el castigo por haberse acordado del reino. En alguna risa, en alguna lagrima, la sobrevivencia del reino. En el fondo no parece que el hombre acabe por matar al hombre. Se le va a escapar, le va a agarrar el timón de la maquina electrónica, del cohete sideral, le va a hacer una zancadilla y después que le echen un galgo. Se puede matar todo menos la nostalgia del reino, la llevamos en el color de los ojos, en cada amor, en todo lo que profundamente atormenta y desata y engaña. Wishful thinking, quizá; pero esa es otra definición posible del bípedo implume.

Julio Cortázar

La mujer justa

"Esa es la sensación más degradante que puedas imaginar. Cuando sientes que te falta alguien. Miras a tu alrededor sin comprender, con gesto vacilante extiendes la mano y buscas un vaso de agua o un libro... En tu vida todo está en su sitio, los objetos, las personas, las citas de la jornada: tu relación con el mundo no parece diferente. Pero te falta algo. Cambias la disposición de los muebles de tu habitación... Pero no era eso. Te marchas de viaje. La ciudad que llevas tanto tiempo queriendo visitar te recibe en todo su severo esplendor (...) Tu lo observas todo como un alumno aplicado, recorres la ciudad desde el alba con la guía en la mano, atento a cada detalle, animado por una diligencia escrupulosa, como si temieras pasar algo por alto. Tu percepción del tiempo ha cambiado por completo. Te despiertas siempre a la misma hora, parece que estás obligado a mantener un orden angustioso, como si alguien estuviera esperándote. Es evidente que se trata de eso, aunque tardes mucho tiempo en admitirlo: crees que detrás de ese orden tan rígido hay alguien que te espera. Y si eres muy diligente y atento, si te levantas temprano y te acuestas tarde, si pasas mucho tiempo entre la gente, si viajas aquí o allá, si entras en ciertos sitios, al fin lograrás encontrar a esa persona que te espera (...). Y luego, si consigues encontrarla, qué le dirás?".

Sándor Márai
Hungria, 1941

El Libro de los abrazos

Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.
Viajaron al sur.
Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:

—¡Ayúdame a mirar!

Eduardo Galeano
"El Libro de los abrazos"

sábado, 29 de noviembre de 2008

Educación de príncipe

Los cronopios no tienen casi nunca hijos, pero si los tienen, pierden la cabeza y ocurren cosas extraordinarias. Por ejemplo, un cronopio tiene un hijo, y en seguida lo invade la maravilla y está seguro de que su hijo es el pararrayos de la hermosura y que por sus venas corre la química completa con aquí y allá istas llenas de bellas artes y poesía y urbanismo. Entonces este cronopio no puede ver a su hijo sin inclinarse profundamente ante él y decirle palabras de respetuoso homenaje.

El hijo, como es natural, lo odia minuciosamente. Cuando entra en la edad escolar, su padre lo inscribe en primero inferior y el niño está contento entre otros pequeños cronopios, famas y esperanzas. Pero se va desmejorando a medida que se acerca el mediodía, porque sabe que a la salida lo estará esperando su padre, quién al verlo levantará las manos y dirá diversas cosas, a saber:
-Buenas salenas cronopio cronopio, el más bueno y más crecido y más arrebolado, el más prolijo y más respetuoso y más aplicado de los hijos!

Con lo cual los famas y las esperanzas junior se retuercen de la risa en el cordón de la vereda, y el pequeño cronopio odia empecinadamente a su padre y acabará por hacerle una mala jugada entre la primera comunión y el servicio militar. Pero los cronopios no sufren demasiado con eso, porque tambien ellos odiaban a sus padres, y hasta parecería que ese odio es otro nombre de la libertad o del vasto mundo.

Julio Cortazar