lunes, 30 de noviembre de 2009

Los retratos apócrifos

Envejecer también es cruzar un mar de humillaciones cada día; es mirar a la víctima de lejos, con una perspectiva que en lugar de disminuir los detalles los agranda. Envejecer es no poder olvidar lo que se olvida. Envejecer transforma a una víctima en victimario. Siempre pensé que las edades son todas crueles, y que se compensan o tendrían que compensarse las unas con las otras. ¿De qué me sirvió pensar de este modo? Espero una revelación. ¿Por qué será que un árbol embellece envejeciendo? Y un hombre espera redimirse sólo con los despojos de la juventud. Nunca pensé que envejecer fuera el más arduo de los ejercicios, una suerte de acrobacia que es un peligro para el corazón. Todo disfraz repugna al que lo lleva. La vejez es un disfraz con aditamentos inútiles. Si los viejos parecen disfrazados, los niños también. Esas edades carecen de naturalidad. Nadie acepta ser viejo porque nadie sabe serlo, como un árbol o como una piedra preciosa. Soñaba con ser vieja para tener tiempo para muchas cosas. No quería ser joven, porque perdía el tiempo en amar solamente. Ahora pierdo más tiempo que nunca en amar, porque todo lo que hago lo hago doblemente. El tiempo transcurrido nos arrincona; nos parece que lo que quedó atrás tiene más realidad para reducir el presente a un interesante precipicio.

Silvina Ocampo

Anillo de humo

Sabías a qué hora Gabriel pasaba, galopando en su caballo oscuro, para ir al almacén o al mercado, y lo esperaba con el vestido que más te gustaba y con el pelo atado con la más bonita de las cintas. Te reclinabas sobre el alambrado en posturas románticas y lo llamabas con tus ojos. Bajaba del caballo, saltaba el zanjón para acercarse a Eulalia y a Magdalena, tus amigas, que no lo miraban. ¿Qué prestigio podía tener para ellas su pobreza?. El traje de mecánico de Gabriel las obligaba a pensar en otros varones vestidos.

Silvina Ocampo

La mujer y su expresión

Creo que, desde hace siglos, toda conversación entre el hombre y la mujer. empieza por un "no me interrumpas" de parte del hombre. Hasta ahora el monólogo parece haber sido la manera predilecta de expresión adoptada por él. Durante siglos, habiéndose dado cuenta cabal de que la razón del más fuerte es siempre la mejor (por más que no debiera serlo), la mujer se ha resignado a repetir, por lo común, migajas del monólogo masculino disimulando a veces entre ellas algo de su cosecha. Pero a pesar de sus cualidades de perro fiel que busca refugio a los pies del amo que la castiga, ha acabado por encontrar cansadora e inútil la faena. Luchando contra esas cualidades que el hombre ha interpretado a menudo como signos de una naturaleza inferior a la suya, o que ha respetado porque ayudaban a hacer de la mujer una estatua que se coloca en un nicho para que se quede ahí "sage comme une image"; luchando, digo, contra esa inclinación que la lleva a ofrecerse en holocausto, se ha atrevido a decirse con firmeza desconocida hasta ahora: "El monólogo del hombre no me alivia ni de mis sufrimientos, ni de mis pensamientos. ¿Por qué he de resignarme a repetirlo? Tengo otra cosa que expresar. Otros sentimientos, otros dolores han destrozado mi vida, otras alegrías la han iluminado desde hace siglos.

Victoria Ocampo

domingo, 29 de noviembre de 2009

La ensalada del Coronel Cray

El Padre Brown tenía dos facetas en su personalidad. Por un lado era un hombre de acción, tan modesto como una violeta y tan puntual como un reloj, que ejecutaba sus pequeñas obligaciones y nunca se le habría ocurrido alterar su rutina. Por otro lado era un hombre reflexivo, mucho más sencillo, pero mucho más fuerte, al que no era fácil detener. Su pensamiento era siempre (en el sentido inteligente de la palabra) libre pensamiento. No podía evitar, ni siquiera inconscientemente, hacerse todas las preguntas que hubiera que hacer y contestar cuántas fuera posible. Todo eso se producía automáticamente en él, como la respiración o la circulación de la sangre.

Gilbert K. Chesterton

Poemas de amor

Hace ya mucho tiempo que contemplé esa mirada
Que me traía felicidad o tristeza;
Y yo me he esforzado, pero en vano,
No debo pensarlo ya nunca más.
(...)
Y cruzaré la blanca espuma y buscaré
Un hogar extranjero; hasta que olvide
Un falso y hermoso rostro
Nunca encontraré un lugar donde descansar;
No puedo eludir mis propios pensamientos,
Pero siempre amo, y amo sólo a una.

Lord Byron

Estancias a un aire indostánico

¡Oh tú, mi triste y solitaria almohada!,
Tráeme dulces sueños para preservar mi corazón del quebranto,
A cambio de las lágrimas que sobre tí derramé despierto;
No me dejes morir hasta que vuelva sobre esas olas.

Lord Byron

sábado, 3 de octubre de 2009

Un triste caso, de Dublineses

El señor Duffy aborrecía todo lo que participara del desorden mental o físico. Un médico medieval lo habría tildado de saturnino. Su cara, que era el libro abierto de su vida, tenía el tinte cobrizo de las calles de Dublín. En su cabeza larga y bastante grande crecía un pelo seco y negro y un bigote leonado que no cubría del todo una boca nada amable. Sus pómulos le daban a su cara un aire duro; pero no había nada duro en sus ojos que, mirando el mundo por debajo de unas cejas leoninas, daban la impresión de un hombre siempre dispuesto a saludar en el prójimo un instinto redimible pero decepcionado a menudo. Vivía a cierta distancia de su cuerpo, observando sus propios actos con mirada furtiva y escéptica. Poseía un extraño hábito autobiográfico que lo llevaba a componer mentalmente una breve oración sobre sí mismo, con el sujeto en tercera persona y el predicado en tiempo pretérito. Nunca daba limosnas y caminaba erguido, llevando un robusto bastón de avellano.

James Joyce

jueves, 20 de agosto de 2009

Ana Karenina

Pero qué diferentes de los que él había imaginado eran los sentimientos que le inspiraba aquel pequeño ser! En lugar de la alegría prevista, Lievin no experimentaba más que una angustiosa piedad. De allí en adelante habría en su vida un nuevo punto vulnerable. Y el temor de ver sufrir a aquella pequeña criatura indefensa, le impidió notar el movimiento de necio orgullo que se le había escapado al oírla estornudar!
(...)
Entonces Lievin comprendió claramente, por primera vez, lo que no había podido captar bien después de la bendición nupcial: que el límite que les separaba era intangible, y que nunca podría saber dónde comenzaba y dónde terminaba su propia personalidad. Aquella riña le produjo un doloroso sentimiento de escisión interior. A punto de ofuscarse, comprendió enseguida que Kiti no podía ofenderle de ninguna manera, desde el momento que ella formaba parte de su propio yo.

León Tolstoi

Harry Potter y el cáliz de fuego

Lentamente, con el rostro crispado como si prefiriera hacer cualquier cosa antes que aproximarse a su señor y a la alfombra en que descansaba la serpiente, el hombrecito dio unos pasos hacia adelante y comenzó a girar la butaca. La serpiente levantó su fea cabeza triangular y profirió un silbido cuando las patas del asiento se engancharon en la alfombra. Y entonces Frank tuvo la parte delantera de la butaca ante sí y vio lo que había sentado en ella. El bastón se le resbaló al suelo con estrépito. Abrió la boca y profirió un grito. Gritó tan alto que no oyó lo que decía la cosa que había en el sillón mientras levantaba una varita. Vio un resplandor de luz verde y oyó un chasquido antes de desplomarse. Cuando llegó al suelo, Frank Bryce ya había muerto.

J. K. Rowling

El señor de los anillos

Salido de la duda, libre de las tinieblas, cantando al Sol galopó hacia el amanecer, desnudando la espada. Encendió una nueva esperanza, y murió esperanzado; fue más allá de la muerte, el miedo y el destino; dejó atrás la ruina, y la vida, y entró en la larga gloria.
(...)
No es oro todo lo que reluce, ni toda la gente errante anda perdida; a las raíces profundas no llega la escarcha; el viejo vigoroso no se marchita. De las cenizas subirá un fuego, y una luz asomará en las sombras; el descoronado será de nuevo rey, forjarán otra vez la espada rota.

J. R. R. Tolkien

domingo, 16 de agosto de 2009

Del objeto cualquiera

Un ciego de nacimiento tropezó, por casualidad, con cierto objeto que llegó a ser su única posesión sobre la tierra. No pudo nunca saber qué cosa fuese, pero le bastaba que sus dedos lo tocasen en un punto y, a partir de este principio, recorriesen el maravilloso nacer de las formas unas de otras en sucesivos regalos de increíble gracia. Pero en realidad no le bastaba, porque la parte que sabía no era más que la sed de lo perdido, y comprendiendo que jamás llegaría a poseerlo enteramente, lo regaló a un sordo, amigo suyo de la infancia, que lo visitó por casualidad una tarde.
-¡Qué hermosas muchachas!-, vociferó el sordo.
-¿Qué muchachas?-, gritó el ciego. -¡Ésas!-, aulló el sordo, señalando el objeto. Al fin comprendió que no se entenderían nunca de aquel modo y le puso al ciego el objeto entre las manos. El ciego repasó el peso familiar de las formas. -¡Ah, sí, las muchachas!-, murmuró. Y se las regaló al sordo.
El sordo se las llevó a la casa. Eran tres muchachas, cogidas de las manos. Gráciles e infinitas respondíanse las líneas de los cabellos, los brazos y los mantos. Eran de marfil casi transparente. Vetas de lumbre atravesábanla por dentro. El sordo, cuyos ojos eran de águila, sorprendió en el pedestal un resorte. Al apretarlo comenzaron a danzar las doncellas. Pero luego el sordo comprendió que jamás llegaría a poseerlas enteramente, y regaló las tres danzantes a un amigo que vino a visitarlo.
-¡Qué hermosa música!-, dijo el hombre, señalando a las doncellas. -¿Cómo?-, dijo el sordo. -¡La música de la danza!-, explicó el hombre. -Sí -dijo el sordo-, música entendí, pero no sabía que hubiese.- Y regaló al hombre las tres danzantes.
El hombre se las llevó a la casa. Era la música como el soplar del viento en las cañas: agonizaba y nacía de sí misma, y su figura eran las tres danzantes. Maravillado, el hombre contemplaba la perfecta unidad de la figura, la música y la danza. Pero luego comprendió que jamás llegaría a poseerlas enteramente y las regaló a un sabio que vino a visitarlo.
-¡Las Tres Gracias!-, exclamó el sabio. -¿Sabe usted lo que tiene? ¡Son las Tres Gracias que hizo Balduino para la hija del Duque de Borgoña!- El hombre comprendió que aquéllos eran los nombres del misterioso apartamento que había en los rostros de las danzantes. -Usted piensa en ellas-, confirmó, señalándolas. Y el sabio se llevó las Tres Gracias a su casa.
Allí, encerrado en su gabinete, las hacía danzar y les pensaba en alta voz los nombres verdaderos, las secretas relaciones de sus cuerpos en la danza y de la danza y los sonidos, el mágico nacimiento de sus cuerpos, hijos de la divinidad y el amor del artesano. Pero a poco murió el sabio, llevándose la angustiosa sensación de que jamás, por mucho que viviese, las poseería enteramente.
Su ignorante familia vendió las Tres Gracias a un anticuario, no menos ignorante, que las abandonó en el escaparate de los juguetes. Allí las vio un niño, cierta noche. Con la nariz pegada al vidrio se estuvo largo tiempo, amargo porque jamás las tendría. Así había de ser, porque, a poco de marcharse el niño a su casa, un incendio devoró la tienda, y, en la tienda, las Gracias.
Esa noche el niño las sonó al dormirse. Y fueron suyas, enteras, eternas.

Eliseo Diego

La gata sobre el tejado de zinc

Margaret (alegre).- ¿Que cómo lo sé? ¡Estaba allí, lo vi con mis propios ojos!
Brick (distraído).- Debió ser muy divertido.
Margaret.- A Susie no se lo pareció. Le dio un ataque de histeria. Lloraba desconsoladamente. Tuvieron que detener el desfile, bajarla del trono y continuar... (Capta su mirada en el espejo, se le escapa un grito ahogado, se vuelve para encararse con él) ¿Por qué me miras así?
Brick (silbando suavemente).- ¿Cómo, Maggie?
Margaret (arrebatada y temerosa).- ¡Como me estabas mirando ahora mismo, antes de que captase tu mirada en el espejo y empezaras a silbar! ¡No sé cómo describirla, pero me ha helado la sangre! Últimamente te he visto mirarme así a menudo. ¿Qué piensas cuando me miras así?
Brick.- No era consciente de estar mirándote, Maggie.
Margaret.- ¡Pues yo sí era consciente! ¿En qué estabas pensando?
Brick.- No recuerdo haber pensado en nada, Maggie.
Margaret.- ¿Crees que no sé que...? ¿Crees que... no sé que...?
Brick (con frialdad).- Que sabes qué, Maggie.
Margaret (buscando las palabras).- Que he sufrido esta... odiosa... transformación y me he vuelto... insensible... ¡rabiosa! (entonces añade, casi con ternura) ¡Cruel! Por eso me observas últimamente. ¿Cómo podrías no darte cuenta? Está bien. He dejado de ser tan sensible, no puedo permitírmelo. (Recupera fuerzas) Pero Brick, Brick...
Brick.- ¿Decías algo?
Margaret.- Iba a decirlo: que me siento... sola. ¡Muy sola!
Brick.- Todo el mundo se siente...
Margaret.- Viviendo con alguien que amas puedes sentir más soledad que viviendo completamente a solas... si quien amas no te ama.

Tennessee Williams

sábado, 1 de agosto de 2009

El amenazado

Es el amor. Tendré que ocultarme o huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz.
La hermosa máscara ha cambiado,
pero como siempre es la única.
¿ De qué me servirán mis talismanes:
el ejercicio de las letras,
la vaga erudición
el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte
para cantar sus mares y sus espadas,
la serena amistad,
las galería de las bibliotecas
las cosas comunes,
los hábitos
el joven amor de mi madre,
la sombra militar de mis muertos,
la noche intemporal,
el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo,
es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente,
ya el hombre se levanta a la voz del ave,
ya se han oscurecido los que miran por la ventana,
pero la sombra no ha traído la paz.
Es ya lo se, el amor:
la ansiedad y el alivio de oír tu voz,
la espera y la memoria
el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías,
con su pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos que cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.

Jorge Luis Borges

El instante

¿Dónde estarán los siglos, dónde el sueño
de espadas que los tártaros soñaron,
dónde los fuertes muros que allanaron,
dónde el Árbol de Adán y el otro Leño?

El presente está solo. La memoria
erige el tiempo. Sucesión y engaño
es la rutina del reloj. El año
no es menos vano que la vana historia.

Entre el alba y la noche hay un abismo
de agonías, de luces, de cuidados;
el rostro que se mira en los gastados

espejos de la noche no es el mismo.
El hoy fugaz es tenue y es eterno;
otro Cielo no esperes, ni otro Infierno.

Jorge Luis Borges

Cuerpo presente, de Llanto por Ignacio Sánchez Mejías

La piedra es una frente donde los sueños gimen
sin tener agua curva ni cipreses helados.
La piedra es una espalda para llevar al tiempo
con árboles de lágrimas y cintas y planetas.

Yo he visto lluvias grises correr hacia las olas
levantando sus tiernos brazos acribillados,
para no ser cazadas por la piedra tendida
que desata sus miembros sin empapar la sangre.

Porque la piedra coge simientes y nublados,
esqueletos de alondras y lobos de penumbra;
pero no da sonidos, ni cristales, ni fuego,
sino plazas y plazas y otras plazas sin muros.

Ya está sobre la piedra Ignacio el bien nacido.
Ya se acabó; ¿qué pasa? Contemplad su figura:
la muerte le ha cubierto de pálidos azufres
y le ha puesto cabeza de oscuro minotauro.

Ya se acabó. La lluvia penetra por su boca.
El aire como loco deja su pecho hundido,
y el Amor, empapado con lágrimas de nieve
se calienta en la cumbre de las ganaderías.

¿Qué dicen? Un silencio con hedores reposa.
Estamos con un cuerpo presente que se esfuma,
con una forma clara que tuvo ruiseñores
y la vemos llenarse de agujeros sin fondo.

¿Quién arruga el sudario? ¡No es verdad lo que dice!
Aquí no canta nadie, ni llora en el rincón,
ni pica las espuelas, ni espanta la serpiente:
aquí no quiero más que los ojos redondos
para ver ese cuerpo sin posible descanso.

Yo quiero ver aquí los hombres de voz dura.
Los que doman caballos y dominan los ríos;
los hombres que les suena el esqueleto y cantan
con una boca llena de sol y pedernales.

Aquí quiero yo verlos. Delante de la piedra.
Delante de este cuerpo con las riendas quebradas.
Yo quiero que me enseñen dónde está la salida
para este capitán atado por la muerte.

Yo quiero que me enseñen un llanto como un río
que tenga dulces nieblas y profundas orillas,
para llevar el cuerpo de Ignacio y que se pierda
sin escuchar el doble resuello de los toros.

Que se pierda en la plaza redonda de la luna
que finge cuando niña doliente res inmóvil;
que se pierda en la noche sin canto de los peces
y en la maleza blanca del humo congelado.

No quiero que le tapen la cara con pañuelos
para que se acostumbre con la muerte que lleva.
Vete, Ignacio: No sientas el caliente bramido.
Duerme, vuela, reposa: ¡También se muere el mar!

Federico García Lorca

El recado

Y dejo este lápiz, Martín, y dejo la hoja rayada y dejo que mis brazos cuelguen inútilmente a lo largo de mi cuerpo y te espero. Pienso que te hubiera querido abrazar. A veces quisiera ser más vieja porque la juventud lleva en sí, la imperiosa, la implacable necesidad de relacionarlo todo con el amor. Ladra un perro; ladra agresivamente. Creo que es hora de irme. Dentro de poco vendrá la vecina a prender la luz de tu casa; ella tiene llave y encenderá el foco de la recámara que da hacia afuera porque en esta colonia asaltan mucho, roban mucho. A los pobres les roban mucho; los pobres se roban entre sí... Sabes, desde mi infancia me he sentado así a esperar, siempre fui dócil, porque te esperaba. Sé que todas las mujeres aguardan. Aguardan la vida futura, todas esas imágenes forjadas en la soledad, todo ese bosque que camina hacia ellas; toda esa inmensa promesa que es el hombre; una granada que de pronto se abre y muestra sus granos rojos, lustrosos; una granada como una boca pulposa de mil gajos. Más tarde esas horas vividas en la imaginación, hechas horas reales, tendrán que cobrar peso y tamaño y crudeza. Todos estamos --oh mi amor-- tan llenos de retratos interiores, tan llenos de paisajes no vividos.

Elena Poniatowska

La muerte no es el mal, el mal es mecánico

Unicamente el ser humano, absuelto de besos y contiendas, continúa andando sin extraviarse fijo sobre el eje del ego, avanzando pero sin perderse jamás, fijo y sin embargo en movimiento, la clase de infierno que es real, gris y horrible, sin pecado ni mácula dando vueltas y más vueltas, la clase de infierno que el grisáceo Dante jamás divisó pero del que tenía una pizca dentro de sí. Conócete a ti mismo y entérate que eres mortal, pero conócete a ti mismo negando que eres mortal, un algo de besos y contiendas, un iluminado rayo de lluvia, una clamorosa columna de sangre, un rosal bronceado de espinas, una mezcla de sí y no, un arco iris de amor y odio, un viento que sopla de ida y vuelta, una criatura de hermosa paz como un río, y una criatura de conflicto como una catarata, conócete a ti mismo, en negación de todas esas cosas. Y empezará a girar alrededor del eje del ego obsceno un vacío gris de algo que anda sin perderse, una máquina que en sí no es nada, un centro de la maldita alma mundial.

D. H. Lawrence

La misión del escritor

Jamás he podido renunciar a la luz, a la felicidad de existir, a la vida libre en que he crecido. Pero aunque esta nostalgia explique muchos de mis errores y de mis faltas, me ha ayudado sin duda a comprender mejor mi oficio, me sigue ayudando a mantenerme, ciegamente, junto a todos estos hombres silenciosos que no soportan la vida que se les hace en el mundo más que por el recuerdo o el refugio en el remanso de breves y libres felicidades.

Albert Camus

Los vagabundos del Dharma

Los bosques producen eso, siempre parecen familiares, perdidos hace tiempo, como el rostro de un pariente muerto hace mucho, como un viejo sueño, como un fragmento de una canción olvidada que se desliza por encima del agua, y más que nada como la dorada eternidad de la infancia pasada o de la madurez pasada con todo el vivir y el morir y la tristeza de hace un millón de años.

Jack Kerouac

El diario de un hombre decepcionado

¡Cuántas cosas por hacer! ¡Qué corto el tiempo para hacerlas! El hambre de saber es tan capaz de apremiarnos como cualquier otro afán, si no se domina. Con frecuencia me detengo en medio de la biblioteca y pienso con desesperación en la imposibilidad de llegar a poseer toda la riqueza de hechos e ideas que contienen los libros que me rodean por todas partes. Saco un volumen de su sitio y me siento como si hiciera poco más que cavar con un pico en una enorme cantera. El bedel se pasa los días en la biblioteca vigilando estrictamente esta catacumba de libros, paseando entre estantes y, sin embargo, no presta aten­ción a los susurros casi audibles de deseo, el deseo de cada libro de que lo tomen y lo lean, de vivir, de nacer en el cerebro de alguien. Incluso entrega los volúmenes sobre el mostrador, los busca en su sitio o los devuelve sin pensar ni una sola vez que un libro es una persona y no una cosa. Me estremezco al pensar que acarrea los Ensayos de Lamb como si fueran fardos.

W. N. P. Barbellion
(Gran Bretaña, 1889-1919)

Tal vez no era pensar, la fórmula, el secreto

Tal vez no era pensar, la fórmula, el secreto,
sino darse y tomar perdida, ingenuamente,
tal vez pude elegir, o necesariamente,
tenía que pedir sentido a toda cosa.
Tal vez no fue vivir este estar silenciosa
y despiadadamente al borde de la angustia
y este terco sentir debajo de su música
un silencio de muerte, de abismo a cada cosa.
Tal vez debí quedarme en los amores quietos
que podrían llenar mi vida con un nombre
en vez de buscar al evadido del hombre,
despojado, sin alma, ser puro, esqueleto.
Tal vez no era pensar, la fórmula, el secreto.
sino amarse y amar, perdida, ingenuamente.
Tal vez pude subir como una flor ardiente
o tener un profundo destino de semilla
en vez de esta terrible lucidez amarilla
y de este estar de estatua con los ojos vacíos.
Tal vez pude doblar este destino mío
en música inefable. O necesariamente...

Idea Vilariño

La vieja casa de juguete

Planeabas domesticar una golondrina, retenerla
En el largo verano de tu amor para que olvidara
No sólo las frías estaciones y los hogares dejados por el camino, sino
También la naturaleza, la urgencia de volar y los infinitos
Senderos del cielo. No fue para adquirir conocimiento
De otro hombre más que vine a ti, sino para aprender
Quién era yo y el aprenderlo, aprender a crecer, pero cada,
Lección que me diste fue sobre ti mismo. Te complacía
la respuesta de mi cuerpo, su clima, sus frecuentes y superficiales
Contracciones. Babeaste saliva en mi boca, te derramaste
En cada rincón y grieta, embalsamaste
Mi podré deseo con tus jugos agridulces. Me llamaste esposa
Aprendí a trocear la sacarina en tu té, y a
Ofrecer las vitaminas en el momento apropiado. Encogida
Bajo tu monstruoso ego comí del fruto mágico y
Me convertí en una enana. Perdí la voluntad y la razón
A todas tus preguntas murmuraba respuestas incoherentes.
El verano comienza a hacerse pesado.
recuerdo las brisas más fuertes del otoño
y el humo de quemar tus hojas.
Tu habitación tiene siempre luz artificial,
tus ventanas están siempre cerradas.
Incluso el are acondicionado ayuda poco,
Ante el penetrante olor masculino de tu respiración.
las flores cortadas en los jarrones ha comenzado a oler a sudor humano.
no hay más canto, ni baile, mi mente es vieja
Casa de juguete con todas las luces apagadas.
la estrategia del hombre poderoso es siempre la misma,
sirve su amor en dosis letales,
porque el amor es narciso al borde del agua, obsesionado
Por su propio rostro solitario y, sin embargo, debe al fin buscar
Un final, una libertad pura y total, debe desear que los espejos
Se rompan y que la noche amable borre el agua.

Kamala Das Suraiya

Aquél cuyos ojos se colman de lágrimas

Es simpático, agradable, e invariablemente dan ganas de invitarlo a las reuniones. Su más o menos fino sentido del humor se manifiesta a la primera oportunidad. Por ejemplo, alguien cuenta un chiste o menciona alguna anécdota graciosa de algún personaje público, y entonces él ríe a carcajadas. Su risa contagia. En el acto las mujeres reparan en él. Algo tiene diferente, quizás es más distinguido, o ha corrido más mundo. Pero la vida la tiene en un puño. Piensan. Acepta la primera copa. Su garganta no reconoce preferencias. Le da lo mismo si le ofrecen vino, tequila, ron o whisky. Apura el contenido y pide la segunda. Para enseguida consumir la tercera. Se ha agudizado su inteligencia, su sensibilidad ahora es más fina. Comenta con certeza y gracia algún acontecimiento próximo, la última película que ha visto o el descubrimiento de algunas ruinas. Utiliza el sarcasmo con maestría. No es excesivo en sus apreciaciones. Más de un hombre lo escucha con interés. La verdad, con dos copas y media es mucho más interesante. Deja que los demás charlen, que la conversación tome el rumbo dictado por el azar. Porque respeta el azar. Piensa que la mitad de la vida de los hombres la construye la suerte, justo aquello que no está en las manos de nadie.

Eusebio Ruvalcaba

El forastero misterioso

Satán solía decir que nuestra raza vivía una vida de autoengaño continuo e ininterrumpido. Se estafaba a sí misma desde la cuna hasta la tumba con imposturas e ilusiones que tomaba por realidades, y esto convertía su vida entera en una impostura. De la veintena de buenas cualidades que imaginaba tener y de las que se envanecía, en realidad no poseía prácticamente ninguna. Se consideraba a sí misma como oro, y era solamente latón.

Mark Twain

Huckleberry Finn

Pasaron dos o tres días con sus noches; creo que podría decir que pasaron nadando, que se deslizaron, callados, serenos, hermosos. Así pasábamos el tiempo: allá abajo el río era monstruosamente grande..., en algunos lugares tenía una milla y media de ancho; por la noche navegábamos, y de día parábamos y nos escondíamos; en cuanto empezaba a hacerse de día dejábamos de navegar y amarrábamos la balsa, casi siempre en las aguas muertas, debajo de una barra de arena; luego cortábamos unos álamos jóvenes y unos sauces y tapábamos la balsa con ellos. Después de echar los sedales, nos metíamos en el río sin hacer ruido, y nadábamos un rato para lavarnos y refrescarnos, y nos sentábamos en el fondo arenoso donde el agua nos llegaba más o menos hasta las rodillas y mirábamos la luz del día. No se oía nada, un silencio perfecto, como si el mundo entero durmiese; a veces, sólo el chapaleo de las ranas. Si mirábamos por encima del agua, lejos, lo primero que se veía era algo que parecía una línea oscura: era el bosque, al otro lado; no se distinguía nada más; luego, un pedazo pálido de cielo, y más palidez, extendiéndose; entonces, muy lejos, el río empezaba a suavizarse, y ya no era negro, sino gris; se veían unas manchitas oscuras que flotaban, muy lejos; chalanas y esas cosas, y unas rayas largas y negras, balsas; a veces se oía el crujir de un remo, o voces entreveradas, porque era tan grande el silencio y los sonidos llegaban de muy lejos; y enseguida se veía una raya en el agua, por su aspecto sabíamos que era un tronco sumergido en la corriente rápida que se rompía encima y le daba esa forma; y luego la neblina, rizándose sobre el agua, y el este se ponía rojo, y también el río, y aparecía una cabaña de troncos al borde del bosque, muy lejos, en la otra orilla, seguramente un depósito de maderas, con las pilas hechas por unos chapuzas, tan mal, que se podía soltar un perro y hacerlo pasar por cualquier parte. Y luego, una brisa muy suave que viene desde allí, abanicándote, fresca y pura y con ese olor tan dulce que le dan los bosques y las flores, aunque hay veces que no llega así porque alguien deja peces muertos por ahí, peces aguja o de otra clase, y huelen bastante mal; y luego, ¡el día!, ¡y todo sonríe al sol, y los pájaros cantan y cantan!

Mark Twain

sábado, 4 de julio de 2009

Corazón coraza

Porque te tengo y no
porque te pienso
porque la noche está de ojos abiertos
porque la noche pasa y digo amor
porque has venido a recoger tu imagen
y eres mejor que todas tus imágenes
porque eres linda desde el pie hasta el alma
porque eres buena desde el alma a mí
porque te escondes dulce en el orgullo
pequeña y dulce
corazón coraza

porque eres mía
porque no eres mía
porque te miro y muero
y peor que muero
si no te miro amor
si no te miro

porque tú siempre existes dondequiera
pero existes mejor donde te quiero
porque tu boca es sangre
y tienes frío
tengo que amarte amor
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga
y no.

Mario Benedetti

martes, 2 de junio de 2009

Retrato del artista adolescente

A menudo se había visto a sí mismo en figura de sacerdote, provisto de aquel tremendo poder ante el cual ángeles y santos se inclinan reverentes. Su alma había cultivado secretamente aquel deseo. Se había visto a sí mismo, sacerdote joven y de maneras silenciosas, entrar rápidamente en el confesionario, subir las gradas del altar, incensando, haciendo genuflexiones, ejecutando todos aquellos vagos actos sacerdotales que le agradaban por su parecido con la realidad y por lo apartados que al mismo tiempo estaban de la realidad misma. En aquella borrosa vida que él había vivido en sus fantasías se había arrogado las voces y los gestos observados en algunos sacerdotes. Pero, sobre todo, lo que le agradaba era el desempeñar un papel secundario en estas escenas entrevistas en su imaginación. Se sustraía de la dignidad del celebrante, pues le desagradaba el pensar que toda aquella misteriosa pompa pudiera convergir hacia su propia persona o que el ritual le hubiese de asegurar un oficio tan claro y tan definido.

James Joyce

Creo

Creo en el poder de la imaginación para rehacer el mundo, para soltar las riendas de la verdad dentro de nosotros, para demorar la noche, para trascender la muerte, para congraciarnos con los pájaros, para ganarnos la confianza de los locos.
Creo en mis propias obsesiones, en la belleza de los choques de autos, en la paz de los bosques sumergidos, en la excitación de las playas de vacaciones cuando están desiertas, en la elegancia de los cementerios de automóviles, en el misterio de los estacionamientos de muchos pisos, en la poesía de los hoteles abandonados.
Creo en el vuelo, en la belleza de las alas y en la belleza de todo lo que ha volado siempre, en la piedra arrojada por un chico con la misma sabiduría de los estadistas y de las parteras.
Creo en la inexistencia del pasado, en la muerte del futuro y en las infinitas posibilidades del presente.
Creo en los próximos cinco minutos.
Creo en la historia de mis pies.
Creo en los dolores de cabeza, en el aburrimiento de los atardeceres, en el miedo de los calendarios, en la traición de los relojes.
Creo en la muerte del mañana, en la fatiga del tiempo, en nuestra búsqueda de un tiempo nuevo dentro de la sonrisa de las azafatas en los ómnibus de larga distancia y dentro de los ojos cansados de los hombres que controlan el tránsito en los aeropuertos fuera de temporada.
Creo en la imposibilidad de la existencia, en el humor de las montañas, en el absurdo del electromagnetismo, en la farsa de la geometría, en la crueldad de la aritmética, en el propósito asesino de la lógica.
Creo en las adolescentes , en como se corrompen a sí mismas por la posición que adoptan sus largas piernas, en la pureza de sus cuerpos desarreglados, en los vellos púbicos que dejan en los baños de los telos mas infames.
Creo en la delicadeza de los bisturíes quirúrgicos ,en la ilimitada geometría de la pantalla de cine, en el universo oculto dentro de los supermercados, en la soledad del sol, en la charlatanería de los planetas, en la repetitividad de nosotros mismos, en la inexistencia del universo y en el aburrimiento del átomo.
Creo en la muerte de las emociones y en el triunfo de la imaginación.
Creo en todas las excusas
Creo en todas las razones
Creo en todas las alucinaciones
Creo en todas las mitologías, recuerdos, mentiras, fantasías, evasiones
Creo en el misterio y en la melancolía de una mano, en la gentileza de los árboles, en la sabiduría de la luz.

J. G. Ballard

Sobre héroes y tumbas

Ya se alejan en medio del polvo, en la soledad mineral, en aquella desolada región planetaria. Y pronto no se distinguirán, polvo entre el polvo. Ya nada queda en la quebrada de aquella Legión, de aquellos míseros restos de la Legión: el eco de sus caballadas se ha apagado; la tierra que desprendieron en su furioso galope ha vuelto a su seno, lenta pero inexorablemente; la carne de Lavalle ha sido arrastrada hacia el sur por las aguas de un río (¿para convertirse en árbol, en planta, en perfume?). Sólo permanecerá el recuerdo brumoso y cada día más impreciso de aquella Legión fantasma. "En las noches de luna --cuenta un viejo indio-- yo también los he visto. Se oyen primero las nazarenas y el relincho de un caballo. Luego aparece, es un caballo muy brioso y lo muenta el general, un blanco como la nieve (así ve el indio al caballo del general). Él lleva un gran sable de caballería y un morrión alto, de granadero." (¡Pobre indio, si el general era un rotoso paisano, con un chambergo de paja sucia y un poncho que ya había olvidado el color simbólico! ¡Si aquel desdichado no tenía ni uniforme de grandero ni morrión, ni nada! ¡Si era un miserable entre miserables!) Pero es como un sueño: un momento más y en seguida desaparece en la sombra de la noche, cruzando el río hacia los cerros del poniente.

Ernesto Sábato

Fausto

Dos almas ¡ay de mí!, imperan en mi pecho y cada una de la otra anhela desprenderse. Una, con apasionado amor que nunca se fatiga, como con garras de acero a lo terreno se aferra; la otra a trascender las nieblas terrestres aspira, buscando reinos afines y de más alta estirpe.
(...)
Devuélveme el impulso sin mesura, la dicha dolorosa en lo profundo, la fuerza de odio y el poder de amor, ¡Devuélveme otra vez mi juventud.

Goethe

El malestar en la cultura

El designio de ser felices que nos impone el principio del placer es irrealizable; mas no por ello se debe –ni se puede- abandonar los esfuerzos por acercarse de cualquier modo a su realización. Al efecto podemos adoptar muy distintos caminos, anteponiendo ya el aspecto positivo de dicho fin –la obtención del placer-, ya su aspecto negativo –la evitación del dolor-. Pero ninguno de estos recursos nos permitirá alcanzar cuanto anhelamos. La felicidad, considerada en el sentido limitado, cuya realización parece posible, es meramente un problema de la economía libidinal de cada individuo. Ninguna regla al respecto vale para todos; cada uno debe buscar por sí mismo la manera en que pueda ser feliz. Su elección del camino a seguir será influida por los más diversos factores. Todo depende de la suma de satisfacción real que pueda esperar del mundo exterior y de la medida en que se incline a independizarse de éste; por fin, también de la fuerza que se atribuya a sí mismo para modificarlo según sus deseos.

Sigmund Freud

Del Discurso Psicoanalítico

Si hubiese existido un trabajo, un cierto trabajo realizado oportunamente en la línea de Freud, habría tal vez estado...en el lugar que él designa, en ese soporte fundamental sostenido por estos términos: el semblante, la verdad, el goce, el plus de goce... habría estado, a nivel de la producción, porque el plus de goce es aquello que se produce por efecto del lenguaje... habría estado aquello que implica el discurso analítico: es decir un mejor uso del significante como uno, tal vez habría estado ...pero ya no será... porque ahora es demasiado tarde.

Jacques Lacan

lunes, 9 de marzo de 2009

las deudas

Parecía absurdo, sí, y seguramente lo era, pero él se había pasado la vida sintiendo (cómo escribirlo, sin embargo, cómo no adivinar tu gesto de fastidio ante la inminencia de las grandes palabras, cómo ignorar los efectos que produce en el ritmo de tu respiración, en los músculos de tus párpados y de tu boca, mi arrebatador estilo), sintiendo que tenía una deuda con todos los hombres. Especie de locura mesiánica o consecuencia de haber leído de muy chico a Dostoievski y haberse tomado en serio aquello de que todos somos responsables de todo ante todos. O la conciencia de haber llegado a los treinta y tres años sin cumplir una sola de las fastuosas promesas que había hecho, y se había hecho, en la adolescencia.

Abelardo Castillo

Ofelia

Esta Ofelia no es la prisionera de su propia voluntad
ella sigue a su cuerpo
espléndido como un golpe de vino en medio de los hombres
su cuerpo estilo renacimiento lleno de sol de Italia pasa por buenos aires
Ofelia yo en tus pechos fundaría ciudades y ciudades de besos
hermosas libres con su sombra a repartir con los amantes mundiales
Ofelia por tus pechos pasa como un temblor de caballadas a medianoche por Florencia
tus pechos altos duros come il Palazzo Vecchio
una tarde de verano de 1957
iba yo rodeado de tus pechos sin saberlo
era igual la delicia la turbación el miedo
las sombras empezaban a andar por las callejas con un olor desconocido
algo como tus pechos después de haber amado
eras oscura Ofelia para entonces y enormemente triste
una adivinación una catástrofe
un oleaje de olvido después de la ternura
una especie de culpa sin castigo
de furia en paz con su gran guerra
andabas por Florencia con tus pechos yendo y viniendo por las sombras
con saudade de mí seguramente
tu hombro izquierdo digamos
lloraba a tus espaldas o largaba sus ansias lentas en el crepúsculo y ellas venían a mi sangre
o eran un temblor como un presagio
gracias te sean dadas ojos míos
yo les beso las manos bésoles muy los pies
gracias narices muchas gracias oídos con que escucho los ruidos
de la Ofelia
antes apenas era una ciudad de Italia
sus tiros me llenaban de otra desgracia el corazón.

Gelman

Curiosos Sueños

Muchas veces soñé curiosos sueños
Que asomados al mundo del camino,
Intentaron vivir fugaz destino
Soñándose ya libres y sin dueños.

Uno una vez atravesó el espejo
Buscando el escondite del olvido,
Otro soñó en la infancia de los viejos
La vejez soterrada de los niños.

El más audaz enloquecido y ciego,
Vió la pasión al borde del abismo
Soñando los amores de otro sueño.

Pero al final volvieron y están quietos,
Todos aquí a mi lado, ya dormidos,
Por soñar otra vez que están despiertos.

Leguizamón

viernes, 20 de febrero de 2009

I, de Espantapájaros

No se me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso si! - y en esto soy irreductible- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretenden seducirme!
Está fue - y no otra- la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa. ¿Que me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Que me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronostico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. "¡ María Luisa! ¡María Luisa!...y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrisaje forzoso de un espasmo.
¡Que delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver, de vez en cuando las estrellas! ¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer a una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay una diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.

Oliverio Girondo

lunes, 26 de enero de 2009

La carretera hambrienta

Todos descendimos al gran valle. Era un día en el que se celebraban fiestas desde tiempo inmemorial. Espíritus maravillosos danzaron al compás de la música de los dioses, y con sus cánticos dorados y sus encantamientos de lapislázuli protegieron nuestras almas durante el tránsito y nos prepararon para el primer contacto con la sangre y la tierra. Todos hicimos solos la travesía. Teníamos que sobrevivirla solos: superar las llamas y el mar, el contacto con las ilusiones. Había empezado el destierro. Tales son los mitos de los orígenes. Historias y estados de ánimo muy enraizados en quienes creen en tierras ricas y creen todavía en los misterios. Nací no sólo porque hubiera concebido la idea de quedarme, sino porque, finalmente, después de tantas idas y venidas, sentía ya, asfixiándome, la presión de los grandes ciclos temporales. Recé para que se me concediera la risa, pedí una vida sin hambre y recibí paradojas por respuesta. Sigue siendo para mí un enigma por qué nací sonriendo.

Ben Okri
Nigeria, 1959

jueves, 8 de enero de 2009

acerca del cielo

Es cierto, dijo melancólicamente el hombre, sin quitar la vista de las llamas que ardían en la chimenea aquella noche de invierno-; en el Paraíso hay amigos, música, algunos libros; lo único malo de irse al Cielo es que allí el cielo no se ve.

Monterroso

Mirar // Ver

Entre la tarde que se obstina
Y la noche que se acumula
Hay la mirada de una niña.

Deja el cuaderno y la escritura.
Todo su ser dos ojos fijos.
En la pared la luz se anula.

¿Mira su fin o su principio?
Ella dirá que no ve nada.
Es transparente el infinito.

Nunca sabrá lo que miraba.


Octavio Paz

martes, 6 de enero de 2009

Las Bostonianas

Ella no se hacía ninguna ilusión sobre el porvenir que le esperaba cuando fuera su mujer; no lo pintaba con colores suaves ni se prometía que resultaría fácil; por el contrario, sabía que viviría en la pobreza y en la oscuridad, que sería la compañera de sus luchas y de su severo, duro y áspero estoicismo. Pero sabía también que la felicidad para ella consistía en introducirse en la vida de él, por árida y triste que pudiera resultar.

Henry James

El nombre de la rosa

Guillermo se sentía profundamente humillado. Traté de consolarlo, diciéndole que hacía tres días que estaba buscando un texto en griego y era natural que hubiese descartado todos los libros que no estaban en griego. El respondió que sin duda es humano cometer errores, pero que hay seres humanos que los cometen más que otros, y a estos se los llama tontos, y que él se contaba entre estos últimos, y se preguntaba si había valido la pena que estudiase en París y Oxford para después no ser capaz de pensar que los manuscritos también se encuadernan en grupos, cosa que hasta los novicios saben, salvo los estúpidos como yo, y una pareja de estúpidos tan buena como la nuestra hubiera podido triunfar en las ferias, y eso era lo que teníamos que hacer en vez de tratar de resolver misterios, sobre todo cuando nos enfrentábamos con gente más astuta que nosotros.
(...)
El diablo no es el príncipe de la materia, el diablo es la arrogancia del espíritu, la fe sin sonrisa, la verdad jamás tocada por la duda. El diablo es sombrío porque sabe adonde va, y siempre va hacia el sitio del que procede. Eres el diablo, y como el diablo vives en las tinieblas. Si querías convencerme lo has logrado. Te odio, Jorge, y si pudiese te sacaría a la explanada y te pasearía desnudo.

Umberto Eco