domingo, 29 de noviembre de 2009

La ensalada del Coronel Cray

El Padre Brown tenía dos facetas en su personalidad. Por un lado era un hombre de acción, tan modesto como una violeta y tan puntual como un reloj, que ejecutaba sus pequeñas obligaciones y nunca se le habría ocurrido alterar su rutina. Por otro lado era un hombre reflexivo, mucho más sencillo, pero mucho más fuerte, al que no era fácil detener. Su pensamiento era siempre (en el sentido inteligente de la palabra) libre pensamiento. No podía evitar, ni siquiera inconscientemente, hacerse todas las preguntas que hubiera que hacer y contestar cuántas fuera posible. Todo eso se producía automáticamente en él, como la respiración o la circulación de la sangre.

Gilbert K. Chesterton

Poemas de amor

Hace ya mucho tiempo que contemplé esa mirada
Que me traía felicidad o tristeza;
Y yo me he esforzado, pero en vano,
No debo pensarlo ya nunca más.
(...)
Y cruzaré la blanca espuma y buscaré
Un hogar extranjero; hasta que olvide
Un falso y hermoso rostro
Nunca encontraré un lugar donde descansar;
No puedo eludir mis propios pensamientos,
Pero siempre amo, y amo sólo a una.

Lord Byron

Estancias a un aire indostánico

¡Oh tú, mi triste y solitaria almohada!,
Tráeme dulces sueños para preservar mi corazón del quebranto,
A cambio de las lágrimas que sobre tí derramé despierto;
No me dejes morir hasta que vuelva sobre esas olas.

Lord Byron

sábado, 3 de octubre de 2009

Un triste caso, de Dublineses

El señor Duffy aborrecía todo lo que participara del desorden mental o físico. Un médico medieval lo habría tildado de saturnino. Su cara, que era el libro abierto de su vida, tenía el tinte cobrizo de las calles de Dublín. En su cabeza larga y bastante grande crecía un pelo seco y negro y un bigote leonado que no cubría del todo una boca nada amable. Sus pómulos le daban a su cara un aire duro; pero no había nada duro en sus ojos que, mirando el mundo por debajo de unas cejas leoninas, daban la impresión de un hombre siempre dispuesto a saludar en el prójimo un instinto redimible pero decepcionado a menudo. Vivía a cierta distancia de su cuerpo, observando sus propios actos con mirada furtiva y escéptica. Poseía un extraño hábito autobiográfico que lo llevaba a componer mentalmente una breve oración sobre sí mismo, con el sujeto en tercera persona y el predicado en tiempo pretérito. Nunca daba limosnas y caminaba erguido, llevando un robusto bastón de avellano.

James Joyce