jueves, 20 de agosto de 2009

Ana Karenina

Pero qué diferentes de los que él había imaginado eran los sentimientos que le inspiraba aquel pequeño ser! En lugar de la alegría prevista, Lievin no experimentaba más que una angustiosa piedad. De allí en adelante habría en su vida un nuevo punto vulnerable. Y el temor de ver sufrir a aquella pequeña criatura indefensa, le impidió notar el movimiento de necio orgullo que se le había escapado al oírla estornudar!
(...)
Entonces Lievin comprendió claramente, por primera vez, lo que no había podido captar bien después de la bendición nupcial: que el límite que les separaba era intangible, y que nunca podría saber dónde comenzaba y dónde terminaba su propia personalidad. Aquella riña le produjo un doloroso sentimiento de escisión interior. A punto de ofuscarse, comprendió enseguida que Kiti no podía ofenderle de ninguna manera, desde el momento que ella formaba parte de su propio yo.

León Tolstoi

Harry Potter y el cáliz de fuego

Lentamente, con el rostro crispado como si prefiriera hacer cualquier cosa antes que aproximarse a su señor y a la alfombra en que descansaba la serpiente, el hombrecito dio unos pasos hacia adelante y comenzó a girar la butaca. La serpiente levantó su fea cabeza triangular y profirió un silbido cuando las patas del asiento se engancharon en la alfombra. Y entonces Frank tuvo la parte delantera de la butaca ante sí y vio lo que había sentado en ella. El bastón se le resbaló al suelo con estrépito. Abrió la boca y profirió un grito. Gritó tan alto que no oyó lo que decía la cosa que había en el sillón mientras levantaba una varita. Vio un resplandor de luz verde y oyó un chasquido antes de desplomarse. Cuando llegó al suelo, Frank Bryce ya había muerto.

J. K. Rowling

El señor de los anillos

Salido de la duda, libre de las tinieblas, cantando al Sol galopó hacia el amanecer, desnudando la espada. Encendió una nueva esperanza, y murió esperanzado; fue más allá de la muerte, el miedo y el destino; dejó atrás la ruina, y la vida, y entró en la larga gloria.
(...)
No es oro todo lo que reluce, ni toda la gente errante anda perdida; a las raíces profundas no llega la escarcha; el viejo vigoroso no se marchita. De las cenizas subirá un fuego, y una luz asomará en las sombras; el descoronado será de nuevo rey, forjarán otra vez la espada rota.

J. R. R. Tolkien

domingo, 16 de agosto de 2009

Del objeto cualquiera

Un ciego de nacimiento tropezó, por casualidad, con cierto objeto que llegó a ser su única posesión sobre la tierra. No pudo nunca saber qué cosa fuese, pero le bastaba que sus dedos lo tocasen en un punto y, a partir de este principio, recorriesen el maravilloso nacer de las formas unas de otras en sucesivos regalos de increíble gracia. Pero en realidad no le bastaba, porque la parte que sabía no era más que la sed de lo perdido, y comprendiendo que jamás llegaría a poseerlo enteramente, lo regaló a un sordo, amigo suyo de la infancia, que lo visitó por casualidad una tarde.
-¡Qué hermosas muchachas!-, vociferó el sordo.
-¿Qué muchachas?-, gritó el ciego. -¡Ésas!-, aulló el sordo, señalando el objeto. Al fin comprendió que no se entenderían nunca de aquel modo y le puso al ciego el objeto entre las manos. El ciego repasó el peso familiar de las formas. -¡Ah, sí, las muchachas!-, murmuró. Y se las regaló al sordo.
El sordo se las llevó a la casa. Eran tres muchachas, cogidas de las manos. Gráciles e infinitas respondíanse las líneas de los cabellos, los brazos y los mantos. Eran de marfil casi transparente. Vetas de lumbre atravesábanla por dentro. El sordo, cuyos ojos eran de águila, sorprendió en el pedestal un resorte. Al apretarlo comenzaron a danzar las doncellas. Pero luego el sordo comprendió que jamás llegaría a poseerlas enteramente, y regaló las tres danzantes a un amigo que vino a visitarlo.
-¡Qué hermosa música!-, dijo el hombre, señalando a las doncellas. -¿Cómo?-, dijo el sordo. -¡La música de la danza!-, explicó el hombre. -Sí -dijo el sordo-, música entendí, pero no sabía que hubiese.- Y regaló al hombre las tres danzantes.
El hombre se las llevó a la casa. Era la música como el soplar del viento en las cañas: agonizaba y nacía de sí misma, y su figura eran las tres danzantes. Maravillado, el hombre contemplaba la perfecta unidad de la figura, la música y la danza. Pero luego comprendió que jamás llegaría a poseerlas enteramente y las regaló a un sabio que vino a visitarlo.
-¡Las Tres Gracias!-, exclamó el sabio. -¿Sabe usted lo que tiene? ¡Son las Tres Gracias que hizo Balduino para la hija del Duque de Borgoña!- El hombre comprendió que aquéllos eran los nombres del misterioso apartamento que había en los rostros de las danzantes. -Usted piensa en ellas-, confirmó, señalándolas. Y el sabio se llevó las Tres Gracias a su casa.
Allí, encerrado en su gabinete, las hacía danzar y les pensaba en alta voz los nombres verdaderos, las secretas relaciones de sus cuerpos en la danza y de la danza y los sonidos, el mágico nacimiento de sus cuerpos, hijos de la divinidad y el amor del artesano. Pero a poco murió el sabio, llevándose la angustiosa sensación de que jamás, por mucho que viviese, las poseería enteramente.
Su ignorante familia vendió las Tres Gracias a un anticuario, no menos ignorante, que las abandonó en el escaparate de los juguetes. Allí las vio un niño, cierta noche. Con la nariz pegada al vidrio se estuvo largo tiempo, amargo porque jamás las tendría. Así había de ser, porque, a poco de marcharse el niño a su casa, un incendio devoró la tienda, y, en la tienda, las Gracias.
Esa noche el niño las sonó al dormirse. Y fueron suyas, enteras, eternas.

Eliseo Diego

La gata sobre el tejado de zinc

Margaret (alegre).- ¿Que cómo lo sé? ¡Estaba allí, lo vi con mis propios ojos!
Brick (distraído).- Debió ser muy divertido.
Margaret.- A Susie no se lo pareció. Le dio un ataque de histeria. Lloraba desconsoladamente. Tuvieron que detener el desfile, bajarla del trono y continuar... (Capta su mirada en el espejo, se le escapa un grito ahogado, se vuelve para encararse con él) ¿Por qué me miras así?
Brick (silbando suavemente).- ¿Cómo, Maggie?
Margaret (arrebatada y temerosa).- ¡Como me estabas mirando ahora mismo, antes de que captase tu mirada en el espejo y empezaras a silbar! ¡No sé cómo describirla, pero me ha helado la sangre! Últimamente te he visto mirarme así a menudo. ¿Qué piensas cuando me miras así?
Brick.- No era consciente de estar mirándote, Maggie.
Margaret.- ¡Pues yo sí era consciente! ¿En qué estabas pensando?
Brick.- No recuerdo haber pensado en nada, Maggie.
Margaret.- ¿Crees que no sé que...? ¿Crees que... no sé que...?
Brick (con frialdad).- Que sabes qué, Maggie.
Margaret (buscando las palabras).- Que he sufrido esta... odiosa... transformación y me he vuelto... insensible... ¡rabiosa! (entonces añade, casi con ternura) ¡Cruel! Por eso me observas últimamente. ¿Cómo podrías no darte cuenta? Está bien. He dejado de ser tan sensible, no puedo permitírmelo. (Recupera fuerzas) Pero Brick, Brick...
Brick.- ¿Decías algo?
Margaret.- Iba a decirlo: que me siento... sola. ¡Muy sola!
Brick.- Todo el mundo se siente...
Margaret.- Viviendo con alguien que amas puedes sentir más soledad que viviendo completamente a solas... si quien amas no te ama.

Tennessee Williams

sábado, 1 de agosto de 2009

El amenazado

Es el amor. Tendré que ocultarme o huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz.
La hermosa máscara ha cambiado,
pero como siempre es la única.
¿ De qué me servirán mis talismanes:
el ejercicio de las letras,
la vaga erudición
el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte
para cantar sus mares y sus espadas,
la serena amistad,
las galería de las bibliotecas
las cosas comunes,
los hábitos
el joven amor de mi madre,
la sombra militar de mis muertos,
la noche intemporal,
el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo,
es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente,
ya el hombre se levanta a la voz del ave,
ya se han oscurecido los que miran por la ventana,
pero la sombra no ha traído la paz.
Es ya lo se, el amor:
la ansiedad y el alivio de oír tu voz,
la espera y la memoria
el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías,
con su pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos que cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.

Jorge Luis Borges

El instante

¿Dónde estarán los siglos, dónde el sueño
de espadas que los tártaros soñaron,
dónde los fuertes muros que allanaron,
dónde el Árbol de Adán y el otro Leño?

El presente está solo. La memoria
erige el tiempo. Sucesión y engaño
es la rutina del reloj. El año
no es menos vano que la vana historia.

Entre el alba y la noche hay un abismo
de agonías, de luces, de cuidados;
el rostro que se mira en los gastados

espejos de la noche no es el mismo.
El hoy fugaz es tenue y es eterno;
otro Cielo no esperes, ni otro Infierno.

Jorge Luis Borges

Cuerpo presente, de Llanto por Ignacio Sánchez Mejías

La piedra es una frente donde los sueños gimen
sin tener agua curva ni cipreses helados.
La piedra es una espalda para llevar al tiempo
con árboles de lágrimas y cintas y planetas.

Yo he visto lluvias grises correr hacia las olas
levantando sus tiernos brazos acribillados,
para no ser cazadas por la piedra tendida
que desata sus miembros sin empapar la sangre.

Porque la piedra coge simientes y nublados,
esqueletos de alondras y lobos de penumbra;
pero no da sonidos, ni cristales, ni fuego,
sino plazas y plazas y otras plazas sin muros.

Ya está sobre la piedra Ignacio el bien nacido.
Ya se acabó; ¿qué pasa? Contemplad su figura:
la muerte le ha cubierto de pálidos azufres
y le ha puesto cabeza de oscuro minotauro.

Ya se acabó. La lluvia penetra por su boca.
El aire como loco deja su pecho hundido,
y el Amor, empapado con lágrimas de nieve
se calienta en la cumbre de las ganaderías.

¿Qué dicen? Un silencio con hedores reposa.
Estamos con un cuerpo presente que se esfuma,
con una forma clara que tuvo ruiseñores
y la vemos llenarse de agujeros sin fondo.

¿Quién arruga el sudario? ¡No es verdad lo que dice!
Aquí no canta nadie, ni llora en el rincón,
ni pica las espuelas, ni espanta la serpiente:
aquí no quiero más que los ojos redondos
para ver ese cuerpo sin posible descanso.

Yo quiero ver aquí los hombres de voz dura.
Los que doman caballos y dominan los ríos;
los hombres que les suena el esqueleto y cantan
con una boca llena de sol y pedernales.

Aquí quiero yo verlos. Delante de la piedra.
Delante de este cuerpo con las riendas quebradas.
Yo quiero que me enseñen dónde está la salida
para este capitán atado por la muerte.

Yo quiero que me enseñen un llanto como un río
que tenga dulces nieblas y profundas orillas,
para llevar el cuerpo de Ignacio y que se pierda
sin escuchar el doble resuello de los toros.

Que se pierda en la plaza redonda de la luna
que finge cuando niña doliente res inmóvil;
que se pierda en la noche sin canto de los peces
y en la maleza blanca del humo congelado.

No quiero que le tapen la cara con pañuelos
para que se acostumbre con la muerte que lleva.
Vete, Ignacio: No sientas el caliente bramido.
Duerme, vuela, reposa: ¡También se muere el mar!

Federico García Lorca

El recado

Y dejo este lápiz, Martín, y dejo la hoja rayada y dejo que mis brazos cuelguen inútilmente a lo largo de mi cuerpo y te espero. Pienso que te hubiera querido abrazar. A veces quisiera ser más vieja porque la juventud lleva en sí, la imperiosa, la implacable necesidad de relacionarlo todo con el amor. Ladra un perro; ladra agresivamente. Creo que es hora de irme. Dentro de poco vendrá la vecina a prender la luz de tu casa; ella tiene llave y encenderá el foco de la recámara que da hacia afuera porque en esta colonia asaltan mucho, roban mucho. A los pobres les roban mucho; los pobres se roban entre sí... Sabes, desde mi infancia me he sentado así a esperar, siempre fui dócil, porque te esperaba. Sé que todas las mujeres aguardan. Aguardan la vida futura, todas esas imágenes forjadas en la soledad, todo ese bosque que camina hacia ellas; toda esa inmensa promesa que es el hombre; una granada que de pronto se abre y muestra sus granos rojos, lustrosos; una granada como una boca pulposa de mil gajos. Más tarde esas horas vividas en la imaginación, hechas horas reales, tendrán que cobrar peso y tamaño y crudeza. Todos estamos --oh mi amor-- tan llenos de retratos interiores, tan llenos de paisajes no vividos.

Elena Poniatowska

La muerte no es el mal, el mal es mecánico

Unicamente el ser humano, absuelto de besos y contiendas, continúa andando sin extraviarse fijo sobre el eje del ego, avanzando pero sin perderse jamás, fijo y sin embargo en movimiento, la clase de infierno que es real, gris y horrible, sin pecado ni mácula dando vueltas y más vueltas, la clase de infierno que el grisáceo Dante jamás divisó pero del que tenía una pizca dentro de sí. Conócete a ti mismo y entérate que eres mortal, pero conócete a ti mismo negando que eres mortal, un algo de besos y contiendas, un iluminado rayo de lluvia, una clamorosa columna de sangre, un rosal bronceado de espinas, una mezcla de sí y no, un arco iris de amor y odio, un viento que sopla de ida y vuelta, una criatura de hermosa paz como un río, y una criatura de conflicto como una catarata, conócete a ti mismo, en negación de todas esas cosas. Y empezará a girar alrededor del eje del ego obsceno un vacío gris de algo que anda sin perderse, una máquina que en sí no es nada, un centro de la maldita alma mundial.

D. H. Lawrence

La misión del escritor

Jamás he podido renunciar a la luz, a la felicidad de existir, a la vida libre en que he crecido. Pero aunque esta nostalgia explique muchos de mis errores y de mis faltas, me ha ayudado sin duda a comprender mejor mi oficio, me sigue ayudando a mantenerme, ciegamente, junto a todos estos hombres silenciosos que no soportan la vida que se les hace en el mundo más que por el recuerdo o el refugio en el remanso de breves y libres felicidades.

Albert Camus

Los vagabundos del Dharma

Los bosques producen eso, siempre parecen familiares, perdidos hace tiempo, como el rostro de un pariente muerto hace mucho, como un viejo sueño, como un fragmento de una canción olvidada que se desliza por encima del agua, y más que nada como la dorada eternidad de la infancia pasada o de la madurez pasada con todo el vivir y el morir y la tristeza de hace un millón de años.

Jack Kerouac

El diario de un hombre decepcionado

¡Cuántas cosas por hacer! ¡Qué corto el tiempo para hacerlas! El hambre de saber es tan capaz de apremiarnos como cualquier otro afán, si no se domina. Con frecuencia me detengo en medio de la biblioteca y pienso con desesperación en la imposibilidad de llegar a poseer toda la riqueza de hechos e ideas que contienen los libros que me rodean por todas partes. Saco un volumen de su sitio y me siento como si hiciera poco más que cavar con un pico en una enorme cantera. El bedel se pasa los días en la biblioteca vigilando estrictamente esta catacumba de libros, paseando entre estantes y, sin embargo, no presta aten­ción a los susurros casi audibles de deseo, el deseo de cada libro de que lo tomen y lo lean, de vivir, de nacer en el cerebro de alguien. Incluso entrega los volúmenes sobre el mostrador, los busca en su sitio o los devuelve sin pensar ni una sola vez que un libro es una persona y no una cosa. Me estremezco al pensar que acarrea los Ensayos de Lamb como si fueran fardos.

W. N. P. Barbellion
(Gran Bretaña, 1889-1919)

Tal vez no era pensar, la fórmula, el secreto

Tal vez no era pensar, la fórmula, el secreto,
sino darse y tomar perdida, ingenuamente,
tal vez pude elegir, o necesariamente,
tenía que pedir sentido a toda cosa.
Tal vez no fue vivir este estar silenciosa
y despiadadamente al borde de la angustia
y este terco sentir debajo de su música
un silencio de muerte, de abismo a cada cosa.
Tal vez debí quedarme en los amores quietos
que podrían llenar mi vida con un nombre
en vez de buscar al evadido del hombre,
despojado, sin alma, ser puro, esqueleto.
Tal vez no era pensar, la fórmula, el secreto.
sino amarse y amar, perdida, ingenuamente.
Tal vez pude subir como una flor ardiente
o tener un profundo destino de semilla
en vez de esta terrible lucidez amarilla
y de este estar de estatua con los ojos vacíos.
Tal vez pude doblar este destino mío
en música inefable. O necesariamente...

Idea Vilariño

La vieja casa de juguete

Planeabas domesticar una golondrina, retenerla
En el largo verano de tu amor para que olvidara
No sólo las frías estaciones y los hogares dejados por el camino, sino
También la naturaleza, la urgencia de volar y los infinitos
Senderos del cielo. No fue para adquirir conocimiento
De otro hombre más que vine a ti, sino para aprender
Quién era yo y el aprenderlo, aprender a crecer, pero cada,
Lección que me diste fue sobre ti mismo. Te complacía
la respuesta de mi cuerpo, su clima, sus frecuentes y superficiales
Contracciones. Babeaste saliva en mi boca, te derramaste
En cada rincón y grieta, embalsamaste
Mi podré deseo con tus jugos agridulces. Me llamaste esposa
Aprendí a trocear la sacarina en tu té, y a
Ofrecer las vitaminas en el momento apropiado. Encogida
Bajo tu monstruoso ego comí del fruto mágico y
Me convertí en una enana. Perdí la voluntad y la razón
A todas tus preguntas murmuraba respuestas incoherentes.
El verano comienza a hacerse pesado.
recuerdo las brisas más fuertes del otoño
y el humo de quemar tus hojas.
Tu habitación tiene siempre luz artificial,
tus ventanas están siempre cerradas.
Incluso el are acondicionado ayuda poco,
Ante el penetrante olor masculino de tu respiración.
las flores cortadas en los jarrones ha comenzado a oler a sudor humano.
no hay más canto, ni baile, mi mente es vieja
Casa de juguete con todas las luces apagadas.
la estrategia del hombre poderoso es siempre la misma,
sirve su amor en dosis letales,
porque el amor es narciso al borde del agua, obsesionado
Por su propio rostro solitario y, sin embargo, debe al fin buscar
Un final, una libertad pura y total, debe desear que los espejos
Se rompan y que la noche amable borre el agua.

Kamala Das Suraiya

Aquél cuyos ojos se colman de lágrimas

Es simpático, agradable, e invariablemente dan ganas de invitarlo a las reuniones. Su más o menos fino sentido del humor se manifiesta a la primera oportunidad. Por ejemplo, alguien cuenta un chiste o menciona alguna anécdota graciosa de algún personaje público, y entonces él ríe a carcajadas. Su risa contagia. En el acto las mujeres reparan en él. Algo tiene diferente, quizás es más distinguido, o ha corrido más mundo. Pero la vida la tiene en un puño. Piensan. Acepta la primera copa. Su garganta no reconoce preferencias. Le da lo mismo si le ofrecen vino, tequila, ron o whisky. Apura el contenido y pide la segunda. Para enseguida consumir la tercera. Se ha agudizado su inteligencia, su sensibilidad ahora es más fina. Comenta con certeza y gracia algún acontecimiento próximo, la última película que ha visto o el descubrimiento de algunas ruinas. Utiliza el sarcasmo con maestría. No es excesivo en sus apreciaciones. Más de un hombre lo escucha con interés. La verdad, con dos copas y media es mucho más interesante. Deja que los demás charlen, que la conversación tome el rumbo dictado por el azar. Porque respeta el azar. Piensa que la mitad de la vida de los hombres la construye la suerte, justo aquello que no está en las manos de nadie.

Eusebio Ruvalcaba

El forastero misterioso

Satán solía decir que nuestra raza vivía una vida de autoengaño continuo e ininterrumpido. Se estafaba a sí misma desde la cuna hasta la tumba con imposturas e ilusiones que tomaba por realidades, y esto convertía su vida entera en una impostura. De la veintena de buenas cualidades que imaginaba tener y de las que se envanecía, en realidad no poseía prácticamente ninguna. Se consideraba a sí misma como oro, y era solamente latón.

Mark Twain

Huckleberry Finn

Pasaron dos o tres días con sus noches; creo que podría decir que pasaron nadando, que se deslizaron, callados, serenos, hermosos. Así pasábamos el tiempo: allá abajo el río era monstruosamente grande..., en algunos lugares tenía una milla y media de ancho; por la noche navegábamos, y de día parábamos y nos escondíamos; en cuanto empezaba a hacerse de día dejábamos de navegar y amarrábamos la balsa, casi siempre en las aguas muertas, debajo de una barra de arena; luego cortábamos unos álamos jóvenes y unos sauces y tapábamos la balsa con ellos. Después de echar los sedales, nos metíamos en el río sin hacer ruido, y nadábamos un rato para lavarnos y refrescarnos, y nos sentábamos en el fondo arenoso donde el agua nos llegaba más o menos hasta las rodillas y mirábamos la luz del día. No se oía nada, un silencio perfecto, como si el mundo entero durmiese; a veces, sólo el chapaleo de las ranas. Si mirábamos por encima del agua, lejos, lo primero que se veía era algo que parecía una línea oscura: era el bosque, al otro lado; no se distinguía nada más; luego, un pedazo pálido de cielo, y más palidez, extendiéndose; entonces, muy lejos, el río empezaba a suavizarse, y ya no era negro, sino gris; se veían unas manchitas oscuras que flotaban, muy lejos; chalanas y esas cosas, y unas rayas largas y negras, balsas; a veces se oía el crujir de un remo, o voces entreveradas, porque era tan grande el silencio y los sonidos llegaban de muy lejos; y enseguida se veía una raya en el agua, por su aspecto sabíamos que era un tronco sumergido en la corriente rápida que se rompía encima y le daba esa forma; y luego la neblina, rizándose sobre el agua, y el este se ponía rojo, y también el río, y aparecía una cabaña de troncos al borde del bosque, muy lejos, en la otra orilla, seguramente un depósito de maderas, con las pilas hechas por unos chapuzas, tan mal, que se podía soltar un perro y hacerlo pasar por cualquier parte. Y luego, una brisa muy suave que viene desde allí, abanicándote, fresca y pura y con ese olor tan dulce que le dan los bosques y las flores, aunque hay veces que no llega así porque alguien deja peces muertos por ahí, peces aguja o de otra clase, y huelen bastante mal; y luego, ¡el día!, ¡y todo sonríe al sol, y los pájaros cantan y cantan!

Mark Twain